El pasado martes se cumplieron 200 años desde que en noviembre de 1819 abrió sus puertas al público el Museo del Prado de Madrid, España, con 311 pinturas colgadas en sus muros, todas de autores españoles. Sucedió durante el reinado de Felipe VII y todas las obras provenían de la Colección Real.
Por una coincidencia histórica, en febrero de ese año, el gran pintor español Francisco de Goya y Lucientes había comprado una casa en las afueras de Madrid, para vivir con tranquilidad los últimos años de vida. En el verano empezó a pintar en las paredes de la vivienda una de las series más conocidas de la pintura universal: Las Pinturas Negras. Llamadas así por la utilización mayoritaria de pigmentos oscuros, pero también por las temáticas sombrías. Las catorce piezas fueron murales pintados al óleo in secco y cincuenta años después fueron trasladadas a lienzo. Hoy están en perfecto estado de conservación y exhibidas permanentemente en la planta baja del Museo del Prado.
Este museo posee 27.000 piezas entre pinturas, esculturas, objetos decorativos y dibujos, de las que solo unas 1.300 se muestran en las 121 salas dedicadas a exposiciones permanentes. Se precia de tener la más completa colección de obras de Goya, Velázquez, Rubens, Tiziano, El Bosco y El Greco.
Es un maravilloso placer recorrer sus espacios y detenerse a contemplar famosas pinturas como Las meninas de Velázquez, El Jardín de la Delicias de El Bosco, las Tres Gracias de Rubens, El Caballero de la mano en el pecho de El Greco, Los fusilamientos de Goya y el Descendimiento de Van der Weyden. Aunque, también obras no tan conocidas, pero de excepcional belleza como el Noli me tangere de Correggio, La Perla de Rafael, La bacanal de Tiziano, la Judith de Rembrandt y otras.
Cuando uno visita un museo, sobre todo si es muy grande, previamente lo estudia para saber cuales son las obras, los artistas o los periodos de la historia del arte que más le interesa apreciar, porque nunca se dispone de tiempo suficiente para realizar un recorrido uniforme por todas las obras de la colección. Después, cuando se llega al museo, ya uno tiene el recorrido preparado.
Cuando entré por primera vez al Museo del Prado, se me olvidó todo lo planeado y prácticamente corrí expectante hacia la planta baja buscando la sala de las Pinturas Negras de Goya. Desde mi primera juventud, siempre soñé con admirar los originales del gran pintor español. La experiencia fue sumamente impresionante. Como acudí temprano, fui el primero que llegué a esa sala y permanecí solo, con la mirada acuciante de la vigilante de turno. En medio de una atmósfera de luz tenue, casi en penumbra, me di de frente con el Saturno que devora a su hijo, las brujas del aquelarre, el duelo a garrotazos y las otras delirantes imágenes del mundo goyesco. Me quedé ahí largo tiempo, embelesado, imaginándome al artista, ya en sus últimos años, pintando al Saturno en la pared de su casa –la que después llamarían la Quinta del Sordo– en medio de la soledad reflexiva de su visión artística.
Las texturas y tonalidades ocres, tierras y sombras del Saturno se pueden apreciar muy de cerca y parece que escaparan del fondo negro de la escena. Esta pintura trata un tema de la mitología griega, cuando Cronos devora a uno de sus hijos para que este no lo destrone en el futuro, como había hecho él con su padre Urano. Pero, bien podría interpretarse como un tema político y la obra guarde significado con la cruda situación socio-política del ese momento. Quizás Saturno represente al tirano rey Fernando VII devorando a su pueblo. La pincelada de Goya se anticipa a su tiempo y fecunda los gestos expresionistas que vendrán 80 años después.
“La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos” escribió Goya en una carta a un amigo. Salí de la sala imbuido de las fantasías goyescas a buscar otra de sus grandes pinturas: Los fusilamientos del 3 de mayo, donde se puede percibir la postura política del artista al denunciar las masacres de los invasores franceses ante la rebelión del pueblo español para recuperar su libertad. El pueblo español se insurreccionó el 2 de mayo en la Puerta del Sol y en la madrugada del siguiente día Goya presenció en la montaña del Príncipe Pío los fusilamientos de los rebeldes sometidos por el ejercito ocupador francés.
Me gusta Goya porque fue un artista profundo, intenso, de tal sensibilidad e inteligencia que supo interpretar admirablemente las realidades de su tiempo. Denunció en sus expresivas pinturas, dibujos y grabados muchos de los males de su época, los mismos que padecemos y condenamos hoy: guerra, represión, corrupción, desigualdad social, arrogancia de las élites, violencia, superstición, etc. En ese sentido Goya me parece un artista contemporáneo, de gran actualidad. Quizás por ello, el Museo del Prado cerró la celebración del bicentenario con la exposición Sólo la voluntad me sobra, una muestra maravillosa de 300 dibujos y grabados de su mundo delirante y genial.