Siete décadas lleva por título la exposición que se encuentra abierta al público en la Galería de Arte La Escuela de la Facultad de Bellas Artes de Barranquilla. Con la curaduría de Eduardo Vides y Danny González, la muestra destaca las trayectorias de siete maestros de la plástica nacional que desarrollaron su producción artística en el Caribe colombiano: Alejandro Obregón, Ángel Loochkartt, Delfina Bernal, Álvaro Barrios, Álvaro Herazo, Efraín Arrieta y Antonio Iginio Caro.
El nombre de la exposición es denotativo de los años de vida que tiene la Escuela de Bellas Artes, elevada a Facultad de la Universidad del Atlántico desde 1979. Son 70 años desde que el filósofo Julio Enrique Blanco concibió la idea de que la sociedad barranquillera y caribeña necesitaba una escuela de artes para completar la mayoría de edad como sociedad civilizada y humanista.
Por otro lado, esta historia de 70 años de Bellas Artes coincide felizmente en su nacimiento con el Salón Nacional de Artistas Colombianos, cuya versión inaugural tuvo lugar en Bogotá en 1940, siendo su gestor el Ministro de Educación de la época, el siempre recordado mártir Jorge Eliécer Gaitán. Curiosamente, en ese Primer Salón Nacional un joven pintor del Caribe obtuvo mención de honor cuando solo contaba con 20 años de edad; me refiero a Enrique Grau, que concursó con la reconocida tela Mulata Cartagenera.
Esta muestra intenta desde los criterios curatoriales impulsar una revisión histórica de los aportes que la institución, a través de los talentos que han pasado por sus talleres, ha brindado a la cultura artística en el ámbito nacional y en algunos casos en el concierto internacional. Se parte de la evidencia histórica de que los siete artistas expositores han trascendido las fronteras regionales y han dejado su huella indeleble en los relatos de la plástica colombiana.
Lo anterior, refrendado por la conquista del máximo galardón de la plástica en Colombia por parte de dos de ellos, Obregón y Loochkartt. En efecto, Alejandro Obregón se llevó el primer Premio del XIV Salón Nacional de Artistas, en 1962, por su magistral tela Violencia y Ángel Loochkartt obtuvo la máxima distinción en el XXX Salón Nacional de 1986 con su expresiva pintura El ángel nos llama.
Los dos también obtuvieron reconocimientos internacionales, que se suman a las incursiones en el ámbito americano de Álvaro Barrios, como el primer premio recibido en la I Trienal Latinoamericana de Grabado de Buenos Aires, 1979, por su reconocida obra de los Grabados Populares.
Visto así, la facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico y, especialmente, su programa de Artes Plásticas han sido en sus 70 años de vida nido y fuente de la aportación creativa al desarrollo de las Artes Visuales en la escena de la cultura colombiana, además de su sitial de liderazgo, con su espíritu avant-garde, en el devenir de las prácticas artísticas en el Caribe colombiano.
Otra de las cualidades que podemos destacar en este grupo de maestros es la inalienable voluntad de todos de ir a contracorriente del arte establecido y ubicarse al margen de los convencionalismos imperantes en sus respectivas épocas. Todos ellos tuvieron una actitud de ruptura en la plástica colombiana y, justamente por ello, descollaron como vanguardia y sus prácticas artísticas pudieron trascender los anquilosados límites del arte practicado por sus congéneres.
Al igual que la revisión histórica que hacen los curadores, también sería interesante profundizar en el análisis y valoración del discurso estético avant-garde que individual y colectivamente ha brotado en los talleres y aulas de la institución en todos estos años de producción artística. Podríamos partir, por ejemplo, de la exuberante tela El Torocondor de Obregón pintada en 1960, en uno de los períodos creativos más interesantes del artista. Esta obra, junto a otras de la misma época como Violencia y Amanecer en los Andes son paradigmas de uno de los mejores lenguajes pictóricos sólidamente estructurados en la historia del Arte en Colombia, que llevó a Marta traba a considerar que “a partir de Obregón la pintura colombiana decidió su suerte ingresando en el arte contemporáneo universal…”
Cuando el espectador se acerca al Torocondor puede notar la complejidad de tonalidades y texturas, de planos espaciales y manchas de color que estructuran una imagen donde alcanzamos a ver la fusión de los dos animales arquetípicos del mundo obregoniano. La fuerza telúrica del toro señor de la tierra y el dominio y gracia del vuelo del cóndor rey de los aires.
El toro y el cóndor también pueden ser entendidos como metáforas de las concepciones que Obregón tenía de la indómita naturaleza del Caribe y de Colombia. La hibridación encarna el concepto de integración y grandeza de lo natural, por su comprensión y admiración de la conciencia humana, o también, “el encuentro de dos culturas: América y Europa; el rito desde el mundo indígena y desde la cultura occidental” como muy bien lo anota Carmen María Jaramillo.
Quizás, en ningún otro pintor colombiano logramos observar la maestría de mezclas de grises y rojos, de capas de pintura y planos espaciales, como en Obregón con su Torocondor. Una amplia y vibrante gama de grises que colisionan con el fulgor y potencia matizada de los rojos, para consolidar un cromatismo de excelso contraste y recia factura plástica.
Muy distintos a los de Obregón son los grises que Delfina Bernal desplegó en su obra Paisaje de Mar (1966). En Delfina su gama de grises es más enjuiciada, más en sordina, para lograr servir de escena a la nueva figuración de órganos anatómicos y formas orgánicas erotizadas, y el atrayente foco de pronunciado relieve de la izquierda del cuadro que nos recuerda al episodio informalista europeo.
Con un expresionismo diferente al de Obregón, Ángel Loochkartt logró consolidar un vehemente lenguaje de pinceladas matéricas y manchas de color de gran fuerza expresiva, como lo atestigua su tela Los Ángeles de Luca Signorelli (1994). En Loochkartt la pintura se libera de convenciones y atavismos, privilegia el gesto y se convierte en un acto repentino de explosión de la sensibilidad, en una práctica de sentir e interpretar el mundo con base en la dimensión neuro-emocional del artista. Junto a otros creadores como Norman Mejía, Luis Caballero y Leonel Góngora, este pintor barranquillero ha marcado su impronta en la plástica colombiana.
En otro sentido, la obra Una Momentánea ausencia de razón (1993) de Álvaro Barrios resume las conquistas plásticas y conceptuales del artista: El collage, la intención pop, la estética del comic y la apropiación duchampiana. Barrios presenta su lenguaje particular derivado de las tiras cómicas de Dick Tracy y lo torna objetual al presentarlo en cajas, a la manera de Joseph Cornell, como objetos inquietantes que se muestran al desconcierto del público. Con Álvaro Barrios se abre el capítulo de los movimientos postvanguardistas en el Caribe y junto con Beatriz González y Bernardo Salcedo consolida la apertura del arte colombiano hacia tendencias más contemporáneas.
Un collage con mayor fuerza conceptual lo cultiva Efraín Arrieta en la serie de obras Collage (1980), cuando colecciona con expectante y lúdica actitud los cachos últimos de papel quemado de incontables cigarrillos de mariguana y los pega pacientemente en sucesivas capas superpuestas para formar una especie de paisaje en ocres benjuí o una composición de la más pura abstracción poética.
De todos, Álvaro Herazo es la figura descollante que impulsó el performance en el Caribe y en Colombia. Con una fuerte carga intelectual, sus acciones performáticas se anticiparon a la de muchos otros artistas nacionales. En Información es poder (1983), Herazo exalta la acción, la palabra y lo efímero, como elementos que responden mejor a un pensamiento postmoderno y que en su articulación son cuestionadores de situaciones del poder. Su temprano deceso no le permitió alzarse con un premio nacional, el que sí capitalizó su asistente y heredero del performance Alfonso Suárez en 1994.
Y lo efímero y procesual nutre de significado la obra Vida Eterna (1987) de Antonio Iginio Caro. Las fotografías que se presentan son el registro, a la manera del conceptualismo de los setentas, del derretimiento progresivo de un ícono religioso moldeado con parafina. Ya la vela no alumbra al santo, este materialmente se consume, en una acción iconoclasta que subvierte el ritual católico presagiando su desaparición.
Como asumo que con los siete maestros no se agotan las siete décadas de aportes de Bellas Artes a la plástica nacional, la obra de Caro bien puede servir de eslabón para la siguiente exposición donde se destacaría Alacena con Zapatos (1978), obra cimera del arte conceptual en Colombia, con la que el Grupo Experimental El Sindicato ganó el primer premio en el XXVII Salón Nacional de Artistas colombianos. Si con Obregón se abrió la puerta de la modernidad en la pintura colombiana, con Alacena con Zapatos se inicia la época de las conquistas postmodernas del Arte Actual.
muy importante la revisión historica y discurso estetico de Bellas Artes en sus 70 años,felicitaciones.
ResponderEliminarMaestro Nestor muchas gracias por com partir con nosotros estas enseñanzas, son un gran aporte al arte, la cultura caribe y a colombia.....