Venecia, la ciudad del Gran Canal,
principal arteria acuática que tantas veces pintó El Canaleto, es por estos
días el centro principal del mundo artístico. Venecia, "la
Serenísima" como fue llamada por su poderío y neutralidad en muchas
guerras europeas, es una ciudad de larga e importante historia con vocación marinera
y poderío mercantil que se convirtió en una de las famosas ciudades-estados al final de la Edad Media, desarrolló una gran industria editorial a partir del
siglo XVI y fundó a finales del siglo XIX la que hoy es la más importante
Bienal de Arte Contemporáneo del mundo.
En efecto, la Bienal de Arte de Venecia
arriba a su 55a edición y tiene abiertas sus puertas al público
hasta el mes de noviembre, con una gran muestra de más de 4.500 obras de arte
firmadas por 158 artistas invitados, sin contar las propuestas artísticas que
enviaron 88 países ni las obras de un programa de unos 40 eventos expositivos
colaterales. La muestra es tan grande que se encuentra distribuida por todos
los distritos en los que se divide la ciudad italiana y tuve la ansiosa
impresión de que es imposible visitar todo detenidamente en pocos días.
La exposición
principal es una curaduría del italiano Massimiliano Gioni, crítico y director
del New Museum de Nueva York, que parte de la idea de El Palacio Enciclopédico,
un proyecto de diseño que el artista autodidacta italoamericano Marino Auriti presentó el 16 de
noviembre de 1955 en la Oficina de Patentes de EE.UU. Consistía en un museo
imaginario que estaba destinado a albergar todo el conocimiento del mundo y que
reuniera a los más grandes descubrimientos de la raza humana, desde la rueda
hasta el satélite. Encerrado en su garaje en el centro de Pennsylvania, Auriti
trabajó en su idea durante muchos años y construyó una maqueta de un edificio
de 136 pisos con setecientos metros de altura, que cubriría unas dieciséis cuadras
en Washington, DC.
El quimera de Auriti
nunca se realizó, por supuesto, pero el curador Gioni rescata de este caso el
sueño del artista, el mismo sueño recurrente de la historia del arte y de la
humanidad, que comparte con muchos otros artistas, escritores, científicos y
autoproclamados profetas, que han tratado de construir, a menudo de forma
inútil, una imagen del mundo que capture su infinita variedad y riqueza.
Por lo anterior, uno
percibe que la Bienal es como un museo temporal que muestra el resultado de una
investigación sobre las muchas formas en las que se han utilizado infinidad de
imágenes para organizar el conocimiento y dar forma a nuestra experiencia del
mundo. Es un museo de los oficios, de los artefactos, del bricolaje, de la
mixtura y de la apropiación y es también un espectáculo sobre las obsesiones y
sobre el poder transformador de la imaginación.
Sobre este mundo de hipervisibilidad,
donde en todo momento somos bombardeados con millares de imágenes, Gioni
plantea la situación que debemos reflexionar: ¿Qué espacio queda para las
imágenes internas destinadas a nuestros sueños, alucinaciones y visiones, en
una era asediada por los imágenes externas? ¿Y cuál es el sentido de crear una
imagen del mundo cuando el mundo mismo se ha convertido cada vez más a una
imagen?
El Palacio
Enciclopédico es entonces una inmensa exposición que se ha instalado en dos
espacios venecianos. Una parte ocupa el Pabellón Central de los Jardines de la
Bienal, y la otra parte se encuentra en el Arsenal, que fue un astillero y base
naval del siglo XIII que jugó un papel principal en la construcción del poderío
naval veneciano.
La exposición se inaugura en el Pabellón Central con una presentación
del Libro Rojo de Carl Gustav Jung,
una colección de visiones y fantasías, un manuscrito ilustrado que el famoso
psicólogo trabajó durante más de dieciséis años. El Libro Rojo de Jung marca el
inicio de una reflexión sobre las imágenes y los sueños interiores que logré
apreciar una y otra vez durante el recorrido a la Bienal.
En las extensas salas
del Arsenal, el curador quiso organizar la exposición como una progresión de lo
natural a formas artificiales, siguiendo la disposición típica de los gabinetes
de los siglos XVI y XVII de curiosidades. La maqueta de Auriti le da la
bienvenida al espectador, como una puerta hacia la imaginación y la utopía.
El curador Massimiliano Gioni
direcciona el concepto de Palacio Enciclopédico a múltiples perspectivas, con
una fuerte presencia de la noción de archivo o catálogo infinito de signos. Son
muchas las obras que se estructuran bajo esta idea y se componen de la
compilación de una gran cantidad de imágenes ordenadas y dispuestas de
diferentes maneras. Por ello no es extraño encontrarnos con libros hechos a
mano, colecciones, taxonomías, catalogaciones de estampas y verdaderos archivos
de la fantasía.
En este campo podemos ubicar la obra Franz Kafka, Diarios II del colombiano José Antonio Suárez, que se compone de
una larga vitrina a dos caras donde se exhiben 366 dibujos numerados y con
fecha de realización. El artista dibujó uno cada día durante un año bisiesto
mientras se leía varios textos del autor de La Metamorfosis. Lo
que había leído e imaginado al final del día lo transformaba en un dibujo en un
libretica de apuntes, utilizando diferentes técnicas y estilos formales.
Suárez fue seleccionado directamente
por el curador Gioni porque este conoció los dibujos del antioqueño cuando
expuso parte de su obra en el año pasado en el Drawing Center de Nueva York.
Asimismo, Gioni le
apostó a la disolución de los límites de lo artístico y a las operaciones
interdisciplinarias. Especialmente, en la falta de distinción entre el artista
profesional y el creador que opera por fuera del sistema. Definitivamente, tuve
que detenerme ante una serie de extraños y fascinantes objetos, instalaciones,
telas, collages y tejidos de Arthur
Bispo do Rosário, un anónimo artista brasileño que estuvo por más de 50
años confinado en un hospital siquiátrico en la Colonia Juliano Moreira en Río
de Janeiro. Desde una óptica alternativa, su sitio de reclusión le sirvió como
refugio del mundo alienado y le proporcionó la tranquilidad para producir esa extática
y delirante obra. Si antes fue un rechazado de la sociedad, hoy es sinónimo de
genio y de orgullo para los brasileros, hasta el punto que se ha creado el
Museo de Arte Contemporáneo Bispo do Rosário que atesora una colección de 806 obras
del otrora indeseable y chiflado personaje.
Es refrescante ver la obra titulada Venecia, Venecia, del chileno Alfredo Jaar, que cuestiona el modelo
de organización de la misma Bienal al presentar una gran maqueta de los
edificios y jardines donde se desarrolla el evento, la que emerge de una
alberca de cuatro metros de lado para volver a sumergirse en las aguas verdes
de Venecia cada tres minutos. Con esta propuesta Jaar creó una gran polémica porque
al hundir los pabellones (y volver a aparecer cual fantasmas) la intención del
artista fue invitar poéticamente a los organizadores a replantear el modelo
obsoleto de representaciones nacionales de la Bienal de Venecia.
En el centro del
Arsenal me topé con un proyecto curatorial de Cindy Sherman, el cual me llamó poderosamente la atención porque se
presenta como una curaduría dentro de la curaduría, un espectáculo dentro del
espectáculo, compuesto por más de doscientas obras de más de treinta artistas,
lo que se percibe como un museo imaginario de su propia invención. Fuertes contrastes
de ideologías y épocas, pensamiento político y culturas, pero también de formas
y talentos artísticos que se encuentran y contraponen en este proyecto de
Sherman. Poner en el mismo espacio y nivel una escultura etnográfica de Jimmie Durham, un inmenso “juguete” de Paul McCarthy y un desnudo femenino
hiperrealista de John DeAndrea es
una verdadera provocación.
Desacelerando el paso, me quedé observando dos propuestas sustentadas en
la multiplicidad de la imagen. La primera, De
repente, este panorama del dúo suizo Fischli
& Weiss, que comprende 150 esculturas en arcilla sin cocer que compilan
una serie de interpretaciones de conceptos históricos e imaginarios, como una
celebración de la incomprensible variedad y profusión de hechos banales que
existen en nuestro mundo. La otra, Venecianos
del polaco Pawuel Althamer, consiste
en 90 esculturas de hierro, resina acrílica y polietileno de personajes tamaño
natural en diversas actitudes. El artista viajó a Venecia previamente y tomó
moldes de rostros y manos de muchos venecianos, los que ahora se pueden
identificar y le imprimen un aliento humano a la enorme instalación.
Extraordinarias las pinturas
expresionistas de Maria Lassnig, una
artista austriaca que por más de 60 años ha pintado una auténtica enciclopedia
del cuerpo a través de sus obras, Sus autorretratos alucinantes revelan
descarnadamente los estados tumultuosos de su psiquis.
También percibí grandes contrastes en
esta Bienal que se agudizan si llegamos a comparar los delirantes e incontables
álbumes de collages de Shinro Ohtake
con la gélida geometría de Channa
Horwitz o con la minimalista instalación de Walter De Maria. Llama la atención también la gran diversidad e ingenio
en la utilización y tratamiento de los dibujos, muchos dibujos y en todas las
técnicas, collages, instalaciones, videos, pinturas, fotografías en HD,
objetos, esculturas y pocos performances.
Más adelante, En el Pabellón de América
Latina del Instituto Ítalo-Latinoamericano (IILA) se puede ver la obra del
colombiano François Bucher. Un video
que muestra un milenario parque de esculturas, que data de unos 10.000 años de
antigüedad, descubierto en la década del 50 por el criptólogo y antropólogo
peruano Daniel Ruzo en la meseta de Marcahuasi, en Perú. Los grandes bloques de
roca natural esculpidos con una técnica peculiar evidencian formas
antropomorfas y zoomorfas solo cuando los rayos del sol los iluminan, en horas
y estaciones específicas del año.
También en la muestra de artistas
latinoamericanos curada por Alfonso Hug se destaca la instalación de especias Campo de color de la boliviana Sonia Falcone. Esta artista cubre el
suelo con cientos de vasijas de arcilla llenas de pimienta, curry, canela, mostaza,
achiote, tomillo, y otras especias, en una variedad de texturas y colores que atrae
inevitablemente la mirada y sensibiliza fuertemente el olfato del visitante.
Fuera de la exposición
central están las muestras de los pabellones nacionales. Una de las
exposiciones más interesantes es la de Cuba instalada en el Museo Arqueológico
de la Plaza de San Marcos y que lleva por título La perversión de lo clásico: anarquía de los relatos. Lo que hasta
hace pocos años era un imposible artístico hoy todavía sorprende, ver como en
las mismas salas se configura un diálogo excepcional entre las instalaciones contemporáneas
de los artistas cubanos y siete invitados internacionales, entre ellos Hermann Nitsch, con las esculturas
clásicas de la Roma antigua. Una verdadera colisión estética y artística, un
salto conceptual de 2000 años cohabitando en el mismo espacio expositivo. Se me
antoja, que el busto de Julio César mira alucinado, sin atinar a comprender,
unas pequeñas pantallas de video encerradas en jaulas de palma que relatan
aspectos cruciales de la cultura cubana.
El renombrado y
polémico artista chino Ai Weiwei,
que expone en el pabellón de Alemania,
confronta las tradiciones chinas con la sociedad actual y se lamenta de
que las antiguas y significativas sillas Bang, de tres patas, hoy se estén
cambiando por vulgares sillas de plástico.
Son 886 sillas que
estructura la instalación y cada una de ellas puede ser la metáfora del
individuo actual.
Por otro lado, en el pabellón de China, se puede apreciar las
fotografías de Wang Qingsong, quien
se dedicó a coleccionar y a comprar cualquier cantidad de libros, revistas,
catálogos, enciclopedias y diccionarios para poder tomar una foto. Síguelo es
una de las fotografías escenificadas que realiza Quinsong donde reflexiona
sobre el sistema educativo en China. El artista cuestiona que la mayoría de los
chinos no leen muchos libros y si los leen no los comprenden ni valoran en
realidad el conocimiento. En la fotografía se ve el personaje que parece que se
ha leído muchos libros de esa inmensa biblioteca, pero que no atina a escribir
una sola hoja bien y sus esfuerzos se encuentran regados por el suelo.
Desde muchos lugares
se observa en la isla de San Giorgio una inmensa escultura de 11 metros de
altura del cuestionado artista británico Marc
Quinn. La pieza es una réplica inflable de una obra creada en honor de la pintora
contemporánea Alison Lapper, quien
nació sin brazos y con las piernas inutilizadas –una enfermedad llamada
focomelia– y permitió ser representada por Quinn desnuda y embarazada. La obra
fue instalada en la plaza de la iglesia de San Giorgio Maggiore y no ha sido
muy del gusto del patriarca ni de los directivos de iglesia católica.
Al final, resaltamos que a diferencia
de otras versiones en esta el curador no invitó a muchos artistas célebres, y
de varios maestros consagrados se exponen obras muy conocidas y fechadas en el
siglo pasado (Nauman, Serra, Gober).
Esto nos ubica frente a un gran número de obras de nuevos maestros con
tendencias y formas nuevas de hacer arte o por lo menos distintas a las ya
reconocidas. Por este y por otros aspectos que he tocado, la 55º Bienal de
Venecia vale la pena ser vista y ser cavilada, aunque sabemos que ella muestra
solo una parte de lo que se está haciendo en el mundo del arte, nos pone en
perspectiva para seguir reflexionando y vislumbrando los nuevos caminos que traza
el arte contemporáneo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario