El mundo está lleno
de objetos, más o menos interesantes; yo no deseo añadir ninguno más. Prefiero
simplemente plantear la existencia de las cosas en términos de tiempo y/o
espacio.
Douglas Huebler
A principios de 1968, el
artista japonés On Kawara enviaba cada día dos tarjetas postales a otros
artistas o a varios amigos. En el reverso, estampado con un sello de caucho,
aparecía el mensaje “I got up” (me levanté) y la indicación puntual del lugar,
del día y la hora correspondiente. De este modo, Kawara transfería el instante
cotidiano de levantarse al centro de un sistema de comunicación particular.
De manera similar, en su
obra Presencia
al vacío el artista barranquillero Dylan Altamiranda utiliza verbos para
denotar acciones cotidianas, de esas que realizamos todos los mortales en el
día a día de nuestra existencia. Un sinnúmero de actividades ligadas al
trascurrir de la vida, que pudieran considerarse anodinas o trascendentes dependiendo
del valor que cada uno le asigne.
Pero, a diferencia del
japonés, a Dylan no le interesan sus propias acciones sino las que realiza el
espectador, por ello presenta los verbos en primera persona singular del
presente indicativo, obligando al que lee a escucharse internamente y pensar
y/o reflexionar sobre la acción aludida. Estos verbos están velados dentro de
composiciones acromáticas y el público que mira está destinado a
“descubrirlos”.
Al primer golpe de vista se pudiera pensar que la
instalación es deudora del arte abstracto, pero ya dentro del espacio
expositivo nos percatamos que no es una obra sobre la abstracción, aunque se
valga de composiciones geométricas, sino más bien es una ambientación referente
a las acciones básicas que puede ejecutar cualquier persona y la significación de
las mismas. La obra de este joven artista, egresado del Programa de Artes
Plásticas de la Universidad del Atlántico, la podemos interpretar como el arte
de describir o de analizar procesos energéticos visualmente no perceptibles.
Lo que en algún momento puede descubrir el espectador es
que, mientras piensa en un quehacer que desarrolla cotidianamente, se encuentra
moviéndose por el espacio artístico realizando acciones cuya escritura va a
encontrar en los intersticios blancos que liberan las composiciones geométricas.
Anticipándose a lo que hará el público o sugiriendo lo que podría hacer, el
artista se concentra en develar una estética de la percepción y activar juegos
de lenguaje motivantes de acciones que más allá de lo imaginado pudiera
desplegar el espectador.
Dialogante con algunos planteamientos de Camnitzer
y de Meireles, la obra de Altamiranda más que reflexionar sobre el contexto, lo
urbano o la naturaleza, como mayoritariamente vemos en los grandes escenarios
de las Artes Visuales, transita por avenidas neoconceptuales contemporáneas e insiste
en colegir el examen sobre los componentes mentales del arte a la luz de los actualizados
procesos de percepción.
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