viernes, 22 de noviembre de 2019

El delirio dentro del Museo

El pasado martes se cumplieron 200 años desde que en noviembre de 1819 abrió sus puertas al público el Museo del Prado de Madrid, España, con 311 pinturas colgadas en sus muros, todas de autores españoles.  Sucedió durante el reinado de Felipe VII y todas las obras provenían de la Colección Real.
Por una coincidencia histórica, en febrero de ese año, el gran pintor español Francisco de Goya y Lucientes había comprado una casa en las afueras de Madrid, para vivir con tranquilidad los últimos años de vida. En el verano empezó a pintar en las paredes de la vivienda una de las series más conocidas de la pintura universal: Las Pinturas Negras. Llamadas así por la utilización mayoritaria de pigmentos oscuros, pero también por las temáticas sombrías. Las catorce piezas fueron murales pintados al óleo in secco y cincuenta años después fueron trasladadas a lienzo.  Hoy están en perfecto estado de conservación y exhibidas permanentemente en la planta baja del Museo del Prado.
Este museo posee 27.000 piezas entre pinturas, esculturas, objetos decorativos y dibujos, de las que solo unas 1.300 se muestran en las 121 salas dedicadas a exposiciones permanentes. Se precia de tener la más completa colección de obras de Goya, Velázquez, Rubens, Tiziano, El Bosco y El Greco. 
Es un maravilloso placer recorrer sus espacios y detenerse a contemplar famosas pinturas como Las meninas de Velázquez, El Jardín de la Delicias de El Bosco, las Tres Gracias de Rubens, El Caballero de la mano en el pecho de El Greco, Los fusilamientos de Goya y el Descendimiento de Van der Weyden. Aunque, también obras no tan conocidas, pero de excepcional belleza como el Noli me tangere de Correggio, La Perla de Rafael, La bacanal de Tiziano, la Judith de Rembrandt y otras. 
Cuando uno visita un museo, sobre todo si es muy grande, previamente lo estudia para saber cuales son las obras, los artistas o los periodos de la historia del arte que más le interesa apreciar, porque nunca se dispone de tiempo suficiente para realizar un recorrido uniforme por todas las obras de la colección. Después, cuando se llega al museo, ya uno tiene el recorrido preparado.
Cuando entré por primera vez al Museo del Prado, se me olvidó todo lo planeado y prácticamente corrí expectante hacia la planta baja buscando la sala de las Pinturas Negras de Goya. Desde mi primera juventud, siempre soñé con admirar los originales del gran pintor español. La experiencia fue sumamente impresionante. Como acudí temprano, fui el primero que llegué a esa sala y permanecí solo, con la mirada acuciante de la vigilante de turno. En medio de una atmósfera de luz tenue, casi en penumbra, me di de frente con el Saturno que devora a su hijo, las brujas del aquelarre, el duelo a garrotazos y las otras delirantes imágenes del mundo goyesco. Me quedé ahí largo tiempo, embelesado, imaginándome al artista, ya en sus últimos años, pintando al Saturno en la pared de su casa –la que después llamarían la Quinta del Sordo– en medio de la soledad reflexiva de su visión artística. 
Las texturas y tonalidades ocres, tierras y sombras del Saturno se pueden apreciar muy de cerca y parece que escaparan del fondo negro de la escena. Esta pintura trata un tema de la mitología griega, cuando Cronos devora a uno de sus hijos para que este no lo destrone en el futuro, como había hecho él con su padre Urano. Pero, bien podría interpretarse como un tema político y la obra guarde significado con la cruda situación socio-política del ese momento.  Quizás Saturno represente al tirano rey Fernando VII devorando a su pueblo. La pincelada de Goya se anticipa a su tiempo y fecunda los gestos expresionistas que vendrán 80 años después.  
La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos” escribió Goya en una carta a un amigo. Salí de la sala imbuido de las fantasías goyescas a buscar otra de sus grandes pinturas: Los fusilamientos del 3 de mayo, donde se puede percibir la postura política del artista al denunciar las masacres de los invasores franceses ante la rebelión del pueblo español para recuperar su libertad. El pueblo español se insurreccionó el 2 de mayo en la Puerta del Sol y en la madrugada del siguiente día Goya presenció en la montaña del Príncipe Pío los fusilamientos de los rebeldes sometidos por el ejercito ocupador francés.
Me gusta Goya porque fue un artista profundo, intenso, de tal sensibilidad e inteligencia que supo interpretar admirablemente las realidades de su tiempo. Denunció en sus expresivas pinturas, dibujos y grabados muchos de los males de su época, los mismos que padecemos y condenamos hoy: guerra, represión, corrupción, desigualdad social, arrogancia de las élites, violencia, superstición, etc. En ese sentido Goya me parece un artista contemporáneo, de gran actualidad. Quizás por ello, el Museo del Prado cerró la celebración del bicentenario con la exposición Sólo la voluntad me sobra, una muestra maravillosa de 300 dibujos y grabados de su mundo delirante y genial.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

40 años de Alacena con Zapatos de El Sindicato

 


Lo que hoy vemos con alguna regularidad en los salones nacionales y otras exposiciones en el mundo, hace 40 años fue algo excepcional en Colombia. Con 367 zapatos viejos, sucios, malolientes, recogidos de las calles de Barranquilla, clavados a un armario de 7 tablas elaborado por Carlos Restrepo y que utilizaba en su cocina, el grupo experimental El Sindicato obtuvo el primer premio en el XXVII Salón Nacional de Artistas de 1978. Alacena con Zapatos se llamó la obra, una especie de organismo monstruoso, repelente, que fue tomada por muchos como un insulto, una burla, una afrenta al “verdadero” arte nacional.
La obra se expuso primero en el III Salón Regional que ese año se montó en el edificio en obra negra del Teatro Amira De la Rosa de la capital del Atlántico y resultó infamante para el grupo selecto de “conocedores” de arte de la sociedad barranquillera. Solo a algunos estudiantes de arte, seguidores de todas las rupturas, incluyendo la del “Sistema”, la obra nos pareció un golpe de aire fresco y nos deleitamos al mirar los gestos de desaprobación, el ceño fruncido y los movimientos de nariz de las distinguidas damas de la burguesía local. 
Ya en Bogotá, con su fétida estela, la Alacena siguió ultrajando el pensamiento esclerotizado de la mayoría de los bogotanos que asistieron al Salón Nacional a contemplar el buen arte. A muchos no les cabía en la cabeza que “un montón de zapatos viejos” pudiera ser llamado arte. Varios de los encumbrados críticos criollos de la época catalogaron la propuesta como un desatino, siendo señalada hasta por la misma Marta Traba como “una parodia punk”. No así para el jurado internacional del Salón –Waldo Rasmussen, director del Programa Internacional del Museo de Arte Moderno de New York; Aracy Amaral, directora de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo y el artista colombiano Santiago Cárdenas– que con el premio le dio carta de reconocimiento al arte conceptual en Colombia y Alacena con Zapatos pasó revisión del arte joven que se había hecho en el país en los últimos años. 
Para sus creadores, Efraín Arrieta, Ramiro Gómez, Aníbal Tobón, Alberto Del Castillo, Carlos Restrepo y Guillermo Aragón, Alacena con Zapatos fue un acto de rebeldía y una actitud anti-estética ante el arte y la vida, pero especialmente fue una acción llena de sarcasmo y corrosivo humor, ingredientes infalibles de muchas de sus obras, como la que presentaron en otro salón regional titulada El salón dentro del salón, que consistió en un espacio lleno de cuadros donde los seis artistas parodiaban y se burlaban de los gestos y comentaros inanes de los “entendidos” en arte. 
Aunque la idea inicial se planteó procesual, curiosamente, Alacena con Zapatos terminó siendo objetual y la única, de esta naturaleza, de un grupo de artistas pionero en Colombia, que hacía obras efímeras, creaciones colectivas que estaban más dentro del campo de las acciones artísticas (alejadas del happening y del performance y más cercanas al pensamiento Fluxus y a la actitud conceptual), donde la idea se privilegiaba ante el resultado formal perdurable, como lo demuestra el hecho de que al final de las exposiciones de El Sindicato nada material quedaba de las obras, sólo los escasos registros fotográficos y los datos de un catálogo impreso.
Como un suceso afortunado para la misma significación de la obra y que ni siquiera los mismos artistas lo habían contemplado, Alacena con Zapatos no hizo vida museal como los otros premios nacionales y se resistió a pasar el resto de sus días en el mausoleo. Con su progresivo olor nauseabundo inundó la atmósfera límpida del museo y por el terror de que contaminara las otras obras de arte fue retirada y volvió a la realidad de la vida, a las calles sucias de un país lleno de miserias de toda laya, después de haber armado una de las polémicas más encendidas en la historia del arte y la cultura colombiana y de haber redefinido lo que hasta ese momento se concebía como arte.   















sábado, 25 de marzo de 2017

MASA CRÍTICA 2017: Prácticas obsesivas y políticas de identidad

Cuatro artistas barranquilleros conforman la segunda versión de Masa Crítica, la exposición de artistas emergentes y jóvenes maestros del Caribe colombiano que se inauguró el 23 de marzo en la Galería La Escuela de Bellas Artes, situada en el Viejo Prado de Barranquilla.  En el 2017 Masa Crítica realza las obras de Gabriel Acuña, Camilo Augusto, Linda Montoya y Luis Romero.
La muestra examina las dinámicas de las prácticas artísticas contemporáneas en el Caribe colombiano, en la franja de los creadores más jóvenes, pero especialmente aquellas propuestas que están cargadas de aportes más evolucionados en los aspectos procesuales, conceptuales y formales de las artes visuales, y que arrojan productos que renuevan e impactan la escena artística de la región. 
Masa Crítica es el resultado de una investigación que adelanta el Grupo de Investigaciones Visuales del Caribe, VIDENS, de la Universidad del Atlántico, cuyo objeto de estudio se centra en la producción artística de los jóvenes creadores de la región, al igual que en desarrollar estrategias y dispositivos de promoción y circulación de las propuestas.
Las obras de estos cuatro artistas navegan por espacios plásticos múltiples, pero implantan coincidencias en la exploración de territorios particulares, en ciertas prácticas obsesivas con formas y procesos que se convierten en imperiosas y vitales, porque de otra manera no se alcanzaría el estallido crítico que hace brotar la esencia del sentido.
Y en otro plano, la mayoría de las obras reafirman una búsqueda y construcción de imágenes sobre procesos y vivencias, impregnadas de unas políticas de identidad que revisan y repiensan historias personales o situaciones definitorias ligadas al entorno.
La Primera Mirada
Grabado, dibujo, objeto, fotografía, encáustica.

    

En esa perspectiva, vemos a Gabriel Acuña que apela al juego, la exploración y, como en su niñez, da rienda suelta a la curiosidad desarmando y armando objetos banales, ordinarios, pero dando cuenta del proceso de armar la imagen mediando técnicas como la fotografía, el dibujo, la encáustica y el grabado. Esas exploraciones lo llevan a las calles de la ciudad en la búsqueda de indicios y encuentra en los pasamanos de los buses la memoria de las diarias y recurrentes acciones que graban los usuarios, aun sin darse cuenta. De la apariencia dorada y reluciente del primer día nada queda, en un proceso inverso al Midas mitológico.  El pasamanos es intervenido, transformado, impreso y vuelve al público con varios niveles de información. 

Matarratón/La Deuda
Video registro de Acción, Intervención urbana.  

  

La intervención urbana Matarratón comenzó como un ritual en homenaje a un hermano del artista asesinado por paramilitares confesos. La obra se hizo conmemorando los diez años del crimen como una especie de segundo velorio a la manera de las tradiciones Wayuu. El artista quería recordarles a las instituciones que tuvieron que ver directa o indirectamente con su muerte que tenían una deuda. Por ello, recorre varias sedes de la ciudad y en cada una pinta el retrato de la víctima recurriendo al esténcil, una técnica libre, callejera, pero no con pintura normal sino con pigmento extraído de las hojas del árbol matarratón, recordando lo que vio una vez en su barrio, que los vecinos cobraban una deuda pintando con hojas de matarratón el monto del dinero en los andenes de las casas.
Cariba. Tinta, Grabado, Dibujo (1 de 7 piezas)

Son muchas las imágenes de la obra Cariba, pero esta vez son solo siete las que muestran las reflexiones de Camilo Augusto en torno al territorio, a su historia personal y al significado de lo identitario. El último abanico de su abuelo en Sincelejo que se transforma en un monstruo, los retratos de su esposa e hija, los diseños tribales, la palabra Caribe impresa muchas veces en placa dorada, son algunas de las figuras que emergen y se suman al afán por encontrar una visualidad cercana como signo de identificación.  
--> Proyecto Azul. Video monocanal
(375 imágenes a 31 cuadros/seg.) 12”.
El Proyecto Azul se compone de un conjunto numeroso de fotografías donde el artista pretende capturar un azul específico del cielo. A sabiendas de que la Física explica que lo que vemos como azul del cielo es una vibración, una longitud de onda, enfatizado por la subjetividad de la percepción, el artista –con más de trescientas fotografías azules– anima la pieza de video buscando librar como obra de arte en la pantalla esa vibración física que no percibimos como tal.
Proyecto café. Fotografía, 20 piezas.

El Proyecto Café de Camilo Augusto está conformado por más de 900 fotografías de asientos de café en el fondo de la taza, las que, como una obsesión, una manía desprovista de adivinación, ha procesado y ordenado minuciosamente durante años. Con una selección de solo 20 imágenes, en una columna que intenta extraviarse en la altura, el artista invita al espectador a dejarse llevar por este universo de formas solo destinado a la libre interpretación.
La Danza bajo la lluvia. Intervención.

Gran parte de las prácticas artísticas de Linda Montoya las realiza en el espacio público, utilizando una diversidad de medios y técnicas. Esto le permite desarrollar una obra prolífica y con gran riqueza de formas, cromatismos y texturas. La artista se traza un mapa de recorridos por la ciudad y realiza exploraciones en el espacio urbano, apropiándose de símbolos y señales que reinterpreta de acuerdo con problemáticas que viven y palpan los ciudadanos.
También ejecuta intervenciones en las bases de los postes de energía, pintándoles raíces, hojarascas y sombras tratando de “naturizar”, de jugar con la ilusión de materializar en árboles esos elementos inertes de la infraestructura urbana. La estética contribuye a reactivar la utopía, pero lo efímero de la práctica artística solo permite soñar por un breve espacio de tiempo.
Mar de Fueguitos. Acrílico. Intervención en el espacio público
    
De Montoya son muy conocidos sus carteles y pinturas murales de la serie de mujeres que cambian y transforman sus cuerpos y con ellas el mundo. Mujeres de todas las dimensiones y tamaños. De esas mujeres brota la vida y la artista establece la relación de la madre tierra con la mujer dadora de vida. Son inspiradas en relatos, canciones y diversas lecturas, como la mujer cabeza de flores y cuerpo de nubes o las mujeres que tienen fuego en sus pechos y arden apasionadamente pudiendo consumir a los que se acercan, lo que nos recuerda el cuento de Galeano donde se ve a la humanidad como un mar de fueguitos.
Sin título. Intervención urbana, grabado

Luis Romero sale a la deriva y observa que, a diferencia de otras, Barranquilla es una ciudad de pocas zonas verdes y las que hay no son muy apreciadas. Algunas personas cortan un árbol para evitar recoger la hojarasca todas las mañanas o para ahuyentar el grupo de parroquianos que se guarece bajo la sombra. Para testificar la muy poca conciencia ambiental, el artista realiza grabados a partir de la huella de los árboles recién cortados. Usando técnicas experimentales obtiene la imagen fresca, in situ del caído, como levantando un acta del crimen que se ha cometido. Los grabados llevan un código que revela la dirección donde fue cortado el árbol, la edad y la fecha del arboricidio.
Knock out. Intervención, dibujo. 
 
En otra línea de trabajo, al artista le sorprende que muchas de las víctimas del conflicto armado desean perdonar a sus victimarios, mientras que otras personas se muestran contrarias a los diálogos de paz, aunque no les ha tocado de cerca la violencia. El mural Knock out, dibujado directamente sobre una pared de la galería, es una especie de juego visual de formas y colores en contradicción, alusivos a los enfrentamientos del gobierno con la guerrilla y a los diálogos de paz que traen consigo la reconciliación entre colombianos. Eso se traduce en unos cuerpos que se ven como en lucha, trincados, pero también se pueden mirar como si estuvieran abrazados. Tienen la connotación del encuentro, del lazo que une, de un knock out que ha sido negado.

viernes, 10 de febrero de 2017

Matador por partida doble

El caricaturista Matador tiene la agudeza para encontrar el toque de humor en cualquier situación de la vida, ya sea política, social, cultural, religiosa, educativa, etc. Goza de la vena de la mordacidad, del fino sarcasmo que se enrosca como la serpiente y termina dando el mordisco de burla haciendo estallar la risa en el lector.
En el papel combina magistralmente el texto icónico con el verbal para potenciar la hilaridad y en algunos casos el desquite satírico con el prepotente personaje. Para la mayoría de los colombianos sin ningún poder una buena caricatura es un resarcimiento, una especie de venganza contra el político que hace de las suyas impunemente.
Tiene una línea simple en el dibujo, pero suficiente para delinear el contorno de los cuerpos. Su dibujo es de síntesis, sin adornos y a diferencia de otros caricaturistas va a lo que es, sin barroquizar la escena. El mensaje es directo y en la mayoría de sus obras no apela a un contexto formal.  
Como los mejores caricaturistas, Matador crea paulatinamente sus personajes y lo va construyendo, ajustándolo, hasta que su intuición artística le dice que ya está finalizado, como es el caso del personaje de Juan Manuel Santos, con un bonete militar que, aunque le cubre casi toda la cara, todos sabemos quién es.

--> Y es en la caricatura política donde mejor le ha ido, no obstante, su obra se pasea por todas las situaciones trágicas y cómicas del ser humano. Le dijo a un periodista que en Colombia él sentía que vivía en un paraíso, porque con tantos sucesos políticos de corrupción, injusticias, autoritarismo, robos al erario, los temas para sus caricaturas abundaban. Por ello, todos los días Matador otea el panorama, apunta con su afilado lápiz y dispara la caricatura, y por partida doble, a los políticos los mata de furia y a nosotros de la risa.
Matador en el XI Carnaval Internacional de las Artes. Teatro de Bellas Artes, Barranquilla