domingo, 27 de octubre de 2013

La 55º Bienal de Venecia, el deseo quimérico del Arte Actual


Venecia, la ciudad del Gran Canal, principal arteria acuática que tantas veces pintó El Canaleto, es por estos días el centro principal del mundo artístico. Venecia, "la Serenísima" como fue llamada por su poderío y neutralidad en muchas guerras europeas, es una ciudad de larga e importante historia con vocación marinera y poderío mercantil que se convirtió en una de las famosas ciudades-estados al final de la Edad Media, desarrolló una gran industria editorial a partir del siglo XVI y fundó a finales del siglo XIX la que hoy es la más importante Bienal de Arte Contemporáneo del mundo.
En efecto, la Bienal de Arte de Venecia arriba a su 55a edición y tiene abiertas sus puertas al público hasta el mes de noviembre, con una gran muestra de más de 4.500 obras de arte firmadas por 158 artistas invitados, sin contar las propuestas artísticas que enviaron 88 países ni las obras de un programa de unos 40 eventos expositivos colaterales. La muestra es tan grande que se encuentra distribuida por todos los distritos en los que se divide la ciudad italiana y tuve la ansiosa impresión de que es imposible visitar todo detenidamente en pocos días.
La exposición principal es una curaduría del italiano Massimiliano Gioni, crítico y director del New Museum de Nueva York, que parte de la idea de El Palacio Enciclopédico, un proyecto de diseño que el artista autodidacta italoamericano Marino Auriti presentó el 16 de noviembre de 1955 en la Oficina de Patentes de EE.UU. Consistía en un museo imaginario que estaba destinado a albergar todo el conocimiento del mundo y que reuniera a los más grandes descubrimientos de la raza humana, desde la rueda hasta el satélite. Encerrado en su garaje en el centro de Pennsylvania, Auriti trabajó en su idea durante muchos años y construyó una maqueta de un edificio de 136 pisos con setecientos metros de altura, que cubriría unas dieciséis cuadras en Washington, DC.
El quimera de Auriti nunca se realizó, por supuesto, pero el curador Gioni rescata de este caso el sueño del artista, el mismo sueño recurrente de la historia del arte y de la humanidad, que comparte con muchos otros artistas, escritores, científicos y autoproclamados profetas, que han tratado de construir, a menudo de forma inútil, una imagen del mundo que capture su infinita variedad y riqueza.
Por lo anterior, uno percibe que la Bienal es como un museo temporal que muestra el resultado de una investigación sobre las muchas formas en las que se han utilizado infinidad de imágenes para organizar el conocimiento y dar forma a nuestra experiencia del mundo. Es un museo de los oficios, de los artefactos, del bricolaje, de la mixtura y de la apropiación y es también un espectáculo sobre las obsesiones y sobre el poder transformador de la imaginación.
Sobre este mundo de hipervisibilidad, donde en todo momento somos bombardeados con millares de imágenes, Gioni plantea la situación que debemos reflexionar: ¿Qué espacio queda para las imágenes internas destinadas a nuestros sueños, alucinaciones y visiones, en una era asediada por los imágenes externas? ¿Y cuál es el sentido de crear una imagen del mundo cuando el mundo mismo se ha convertido cada vez más a una imagen?
El Palacio Enciclopédico es entonces una inmensa exposición que se ha instalado en dos espacios venecianos. Una parte ocupa el Pabellón Central de los Jardines de la Bienal, y la otra parte se encuentra en el Arsenal, que fue un astillero y base naval del siglo XIII que jugó un papel principal en la construcción del poderío naval veneciano.
La exposición se inaugura en el Pabellón Central con una presentación del Libro Rojo de Carl Gustav Jung, una colección de visiones y fantasías, un manuscrito ilustrado que el famoso psicólogo trabajó durante más de dieciséis años. El Libro Rojo de Jung marca el inicio de una reflexión sobre las imágenes y los sueños interiores que logré apreciar una y otra vez durante el recorrido a la Bienal.
En las extensas salas del Arsenal, el curador quiso organizar la exposición como una progresión de lo natural a formas artificiales, siguiendo la disposición típica de los gabinetes de los siglos XVI y XVII de curiosidades. La maqueta de Auriti le da la bienvenida al espectador, como una puerta hacia la imaginación y la utopía.
El curador Massimiliano Gioni direcciona el concepto de Palacio Enciclopédico a múltiples perspectivas, con una fuerte presencia de la noción de archivo o catálogo infinito de signos. Son muchas las obras que se estructuran bajo esta idea y se componen de la compilación de una gran cantidad de imágenes ordenadas y dispuestas de diferentes maneras. Por ello no es extraño encontrarnos con libros hechos a mano, colecciones, taxonomías, catalogaciones de estampas y verdaderos archivos de la fantasía.
En este campo podemos ubicar la obra Franz Kafka, Diarios II del colombiano José Antonio Suárez, que se compone de una larga vitrina a dos caras donde se exhiben 366 dibujos numerados y con fecha de realización. El artista dibujó uno cada día durante un año bisiesto mientras se leía varios textos del autor de La Metamorfosis. Lo que había leído e imaginado al final del día lo transformaba en un dibujo en un libretica de apuntes, utilizando diferentes técnicas y estilos formales.  
Suárez fue seleccionado directamente por el curador Gioni porque este conoció los dibujos del antioqueño cuando expuso parte de su obra en el año pasado en el Drawing Center de Nueva York.
Asimismo, Gioni le apostó a la disolución de los límites de lo artístico y a las operaciones interdisciplinarias. Especialmente, en la falta de distinción entre el artista profesional y el creador que opera por fuera del sistema. Definitivamente, tuve que detenerme ante una serie de extraños y fascinantes objetos, instalaciones, telas, collages y tejidos de Arthur Bispo do Rosário, un anónimo artista brasileño que estuvo por más de 50 años confinado en un hospital siquiátrico en la Colonia Juliano Moreira en Río de Janeiro. Desde una óptica alternativa, su sitio de reclusión le sirvió como refugio del mundo alienado y le proporcionó la tranquilidad para producir esa extática y delirante obra. Si antes fue un rechazado de la sociedad, hoy es sinónimo de genio y de orgullo para los brasileros, hasta el punto que se ha creado el Museo de Arte Contemporáneo Bispo do Rosário que atesora una colección de 806 obras del otrora indeseable y chiflado personaje.
Es refrescante ver la obra titulada Venecia, Venecia, del chileno Alfredo Jaar, que cuestiona el modelo de organización de la misma Bienal al presentar una gran maqueta de los edificios y jardines donde se desarrolla el evento, la que emerge de una alberca de cuatro metros de lado para volver a sumergirse en las aguas verdes de Venecia cada tres minutos. Con esta propuesta Jaar creó una gran polémica porque al hundir los pabellones (y volver a aparecer cual fantasmas) la intención del artista fue invitar poéticamente a los organizadores a replantear el modelo obsoleto de representaciones nacionales de la Bienal de Venecia.
En el centro del Arsenal me topé con un proyecto curatorial de Cindy Sherman, el cual me llamó poderosamente la atención porque se presenta como una curaduría dentro de la curaduría, un espectáculo dentro del espectáculo, compuesto por más de doscientas obras de más de treinta artistas, lo que se percibe como un museo imaginario de su propia invención. Fuertes contrastes de ideologías y épocas, pensamiento político y culturas, pero también de formas y talentos artísticos que se encuentran y contraponen en este proyecto de Sherman. Poner en el mismo espacio y nivel una escultura etnográfica de Jimmie Durham, un inmenso “juguete” de Paul McCarthy y un desnudo femenino hiperrealista de John DeAndrea es una verdadera provocación.
Desacelerando el paso, me quedé observando dos propuestas sustentadas en la multiplicidad de la imagen. La primera, De repente, este panorama del dúo suizo Fischli & Weiss, que comprende 150 esculturas en arcilla sin cocer que compilan una serie de interpretaciones de conceptos históricos e imaginarios, como una celebración de la incomprensible variedad y profusión de hechos banales que existen en nuestro mundo. La otra, Venecianos del polaco Pawuel Althamer, consiste en 90 esculturas de hierro, resina acrílica y polietileno de personajes tamaño natural en diversas actitudes. El artista viajó a Venecia previamente y tomó moldes de rostros y manos de muchos venecianos, los que ahora se pueden identificar y le imprimen un aliento humano a la enorme instalación.
Extraordinarias las pinturas expresionistas de Maria Lassnig, una artista austriaca que por más de 60 años ha pintado una auténtica enciclopedia del cuerpo a través de sus obras, Sus autorretratos alucinantes revelan descarnadamente los estados tumultuosos de su psiquis.
También percibí grandes contrastes en esta Bienal que se agudizan si llegamos a comparar los delirantes e incontables álbumes de collages de Shinro Ohtake con la gélida geometría de Channa Horwitz o con la minimalista instalación de Walter De Maria. Llama la atención también la gran diversidad e ingenio en la utilización y tratamiento de los dibujos, muchos dibujos y en todas las técnicas, collages, instalaciones, videos, pinturas, fotografías en HD, objetos, esculturas y pocos performances.
Más adelante, En el Pabellón de América Latina del Instituto Ítalo-Latinoamericano (IILA) se puede ver la obra del colombiano François Bucher. Un video que muestra un milenario parque de esculturas, que data de unos 10.000 años de antigüedad, descubierto en la década del 50 por el criptólogo y antropólogo peruano Daniel Ruzo en la meseta de Marcahuasi, en Perú. Los grandes bloques de roca natural esculpidos con una técnica peculiar evidencian formas antropomorfas y zoomorfas solo cuando los rayos del sol los iluminan, en horas y estaciones específicas del año.
También en la muestra de artistas latinoamericanos curada por Alfonso Hug se destaca la instalación de especias Campo de color de la boliviana Sonia Falcone. Esta artista cubre el suelo con cientos de vasijas de arcilla llenas de pimienta, curry, canela, mostaza, achiote, tomillo, y otras especias, en una variedad de texturas y colores que atrae inevitablemente la mirada y sensibiliza fuertemente el olfato del visitante.
Fuera de la exposición central están las muestras de los pabellones nacionales. Una de las exposiciones más interesantes es la de Cuba instalada en el Museo Arqueológico de la Plaza de San Marcos y que lleva por título La perversión de lo clásico: anarquía de los relatos. Lo que hasta hace pocos años era un imposible artístico hoy todavía sorprende, ver como en las mismas salas se configura un diálogo excepcional entre las instalaciones contemporáneas de los artistas cubanos y siete invitados internacionales, entre ellos Hermann Nitsch, con las esculturas clásicas de la Roma antigua. Una verdadera colisión estética y artística, un salto conceptual de 2000 años cohabitando en el mismo espacio expositivo. Se me antoja, que el busto de Julio César mira alucinado, sin atinar a comprender, unas pequeñas pantallas de video encerradas en jaulas de palma que relatan aspectos cruciales de la cultura cubana.
El renombrado y polémico artista chino Ai Weiwei, que expone en el pabellón de Alemania,  confronta las tradiciones chinas con la sociedad actual y se lamenta de que las antiguas y significativas sillas Bang, de tres patas, hoy se estén cambiando por vulgares sillas de plástico.  Son 886 sillas que estructura la instalación y cada una de ellas puede ser la metáfora del individuo actual. 
Por otro lado, en el pabellón de China, se puede apreciar las fotografías de Wang Qingsong, quien se dedicó a coleccionar y a comprar cualquier cantidad de libros, revistas, catálogos, enciclopedias y diccionarios para poder tomar una foto. Síguelo es una de las fotografías escenificadas que realiza Quinsong donde reflexiona sobre el sistema educativo en China. El artista cuestiona que la mayoría de los chinos no leen muchos libros y si los leen no los comprenden ni valoran en realidad el conocimiento. En la fotografía se ve el personaje que parece que se ha leído muchos libros de esa inmensa biblioteca, pero que no atina a escribir una sola hoja bien y sus esfuerzos se encuentran regados por el suelo.
Desde muchos lugares se observa en la isla de San Giorgio una inmensa escultura de 11 metros de altura del cuestionado artista británico Marc Quinn. La pieza es una réplica inflable de una obra creada en honor de la pintora contemporánea Alison Lapper, quien nació sin brazos y con las piernas inutilizadas –una enfermedad llamada focomelia– y permitió ser representada por Quinn desnuda y embarazada. La obra fue instalada en la plaza de la iglesia de San Giorgio Maggiore y no ha sido muy del gusto del patriarca ni de los directivos de iglesia católica.

Al final, resaltamos que a diferencia de otras versiones en esta el curador no invitó a muchos artistas célebres, y de varios maestros consagrados se exponen obras muy conocidas y fechadas en el siglo pasado (Nauman, Serra, Gober). Esto nos ubica frente a un gran número de obras de nuevos maestros con tendencias y formas nuevas de hacer arte o por lo menos distintas a las ya reconocidas. Por este y por otros aspectos que he tocado, la 55º Bienal de Venecia vale la pena ser vista y ser cavilada, aunque sabemos que ella muestra solo una parte de lo que se está haciendo en el mundo del arte, nos pone en perspectiva para seguir reflexionando y vislumbrando los nuevos caminos que traza el arte contemporáneo.



domingo, 5 de mayo de 2013

Tina Celis: El resurgir de una artista



Después de 20 años sumida en el silencio y apartada de las galerías de arte, la artista Tina Celis ha vuelto a exponer sus obras en Barranquilla. Antes de ese ocultamiento voluntario, a esta pintora bogotana todos la conocimos en una época como la compañera inseparable del artista Norman Mejía. Hoy resurge con renovados bríos presentando en la feria de arte La propia, de la Aduana, un conjunto de acrílicos sobre cartulina, donde plasma evocaciones de lugares y momentos de su vida.

Con un tratamiento neoexpresionista de las formas y con una paleta oscura, de gama baja, plasma imágenes muy particulares, casi sin referencias evidentes a otros artistas conocidos.
De ayer a hoy su estilo ha variado muy poco. Recuerdo muy bien que vi pinturas suyas en  la Galería Elida Lara en los primeros años de los ochenta. Eran piezas acromáticas, con unas formas expresionistas y unos espacios oníricos no exentos de desolación. Ya se daba a conocer de la mano de su Maestro y compañero Norman Mejía. 

Su primeras pinturas vieron por primera vez la luz pública en una exposición colectiva llamada Pequeño Formato en el año 81 y cuatro años después expuso individualmente en la prestigiosa galería de las Lara. Posteriormente, sus obras se mostraron en varios espacios de la ciudad y del país. Expuso en la Bienal de Bogotá, en el Museo La Tertulia de Cali y en varias galerías de los Estados Unidos cuando se traslado a vivir a New York y Miami.

Pero hay algo que me llama la atención en este resurgir de Tina Celis. Es evidente que conserva su estilo, pero la significación de sus motivos formales de seguro que ha tenido cambios. Sería sugestivo estudiar y profundizar en esas diferencias temáticas del ayer y del ahora. Develar ese tul secreto que tienen las obras de arte y más en el caso de Tina, porque su pintura proviene desde lo más recóndito de su ser. Su manera de pintar también contribuye a darle el sello enigmático que revisten sus pinturas. La artista va poco a poco estructurando las formas, sin un plan previo o por lo menos consciente, que van fluyendo, aflorando paulatinamente hasta definir con gran expresividad el cuadro.

Los recuerdos atesorados, las inquietudes subyacentes, las reflexiones sobre su existencia se trasladan a las composiciones de sus pinturas, pero no de manera directa o ilustrativa. Habría que escudriñar cuidadosamente e interpretar sutilmente que significa, por ejemplo, ese ser de tonos grises blanquecinos que levita en medio del espacio pictórico y pareciese que se escurriera tratando de salir del cuadro. Es una aparición o una fuga? Es una mujer que se vuelve idea o un pensamiento que adquiere forma femenina?

La artista me recibió en su taller y con una calidez y rebosada sensibilidad accedió a dialogar sobre esta nueva etapa de su vida.



¿Cuándo fue que dejaste de mostrar tu obra en público?
La última vez que expuse fue en el año 93 en una individual en Confamiliar, aquí en Barranquilla. Bueno, años después hubo otra exposición colectiva pero en Argentina, en el Centro La Recoleta, en Buenos Aires. En esa expusimos cinco artistas colombianos y un argentino, y participó Norman también. Esa sí fue la última.

¿Eso fue poco después de tu regreso al país?
Bueno, nosotros estuvimos ausentes de Colombia por cinco años y regresamos en enero del 92. El primer año lo pasamos Nueva York pintando cantidades, conociendo galerías, museos y todo fue maravilloso. Después nos ofrecieron un loft en la Florida, en South Beach, y en él permanecimos mucho tiempo. Allí quisimos montar un galería de arte pero no fue posible en ese momento. Cuando se sale al exterior como artista uno debe tener un respaldo en su país para que le vaya muy bien. Ni Norman ni yo sabíamos eso y fue muy difícil. Después de los cinco años por fuera, habíamos dejado todo abandonado aquí, entonces regresamos y empezamos a poner todo en orden, sobre todo en el terreno de Puerto Colombia donde había una casa que él construyo en el 69. Sin embargo, seguimos pintando bastante.

¿Qué nuevas condiciones se dan, qué sucesos confluyen para que Tina Celis después de 20 años vuelva a exhibir sus obras al público?
Ante todo tengo un compromiso como artista conmigo mismo y con Norman Mejía, porque él fue mi maestro, él me inicio en el mundo del arte, sin ninguna pretensión de parte de él ni mía. Un día él vio un dibujo mío y le gustó y me dijo que tenía talento y me señaló: mira ahí tienes todos los materiales, pinturas, pinceles, cartulinas; ponte a pintar lo que te salga. Cuando él regresaba, si le gustaba lo que yo hacía me decía: es una maravilla!, es buenísimo! Pero cuando no le gustaba me decía: eso es una porquería! borra eso y haz otro cuadro. Y cuando él veía que yo pintaba algo parecido a lo de él me decía: no, Tina, por ese camino no te metas porque tú tienes que encontrar tu propio lenguaje, encuéntrate a ti misma.

Podemos decir que es un resurgir de Tina Celis…
Bueno eso espero. Aunque eso no lo decido yo sino el público, cuando vea las ocho pinturas que expongo en la feria de arte de La Aduana.

Observo en lo que vas a presentar que pintas con una tendencia neoexpresionista, con una figuración muy libre, ¿qué diferencia existe entre estas obras y lo que hacías anteriormente?
Yo creo que ninguna. Yo siempre he pintado así, porque como decía Norman, yo tengo un solo estilo, y por eso él me decía: a ti te puede ir mejor que a mí, porque yo soy como siete pintores en uno. Sobre esto hay una anécdota maravillosa de Norman, cuando caminábamos por Lincoln Road, entramos a un anticuario y una señora nos dijo: oh! yo los he visto, tienen un estudio por aquí? Norman le dijo que sí, que teníamos un estudio en South Florida Art Center y la señora le preguntó qué pintas tú? Norman le comentó: muchas cosas porque yo soy como varios pintores en uno, y ella le dijo: ah! entonces no te has encontrado a ti mismo, a lo que Norman respondió: No, lo que pasa es que yo ya me he encontrado varias veces.

Puedo pensar, que has luchado para que tu obra no se parezca a la pintura de Norman.
No, no he tenido que luchar, la verdad, pero puede que haya influencias, creo que seguro que las hay, porque sería natural y válido. Imagínate, yo viví con él y lo vi pintar durante 32 años.

¿Por cuales otros artistas te has sentido atraída? 
Me encanta el pintor Kiefer y los neoexpresionistas alemanes. Recuerdo que en el Metropolitan de Nueva York vi una muestra llamada Berlin Art, que fue impresionante, maravillosa. También me gustan Munch, Basquiat y otros.

¿Qué temas estás desarrollando en tu pintura actual?
Bueno... No sé... Creo que son temas que afloran de mi vida, de la vida de Norman y mía. De recuerdos del terreno de Norman, en fin... Yo soy bogotana y cuando llegué a Barranquilla y conocí ese terreno, era enero, y los árboles estaban sin hojas, me impresionó mucho. Ahora, a mi no me gusta explicar mis cuadros, yo prefiero que el publico los descubra. Sigo pensando que un cuadro es un diálogo silencioso entre el pintor y el espectador. Lo que sí quiero decir es que yo no planifico mis cuadros... Yo pinto lo que va saliendo y a medida que voy haciendo gestos y manchas de colores van apareciendo formas que voy sacando y el cuadro se va desarrollando poco a poco. Hay cuadros que salen fácilmente y otros que tengo que luchar arduamente y al final, como decía Norman, sale el “milagrazo”.

Una pregunta obligada sobre el legado de Norman Mejía. A un año del fallecimiento del Maestro, ¿qué piensas hacer con su obra, que estás planeando sobre catalogación, conservación, exposiciones, investigaciones, difusión,  etc.?
Obviamente, he pensado en todo eso, pero por ahora no se puede hacer nada porque como tú sabes Norman y yo nunca nos casamos y primero hay que cumplir una serie de requisitos legales, como lo de mi reconocimiento como cónyuge supérstite, que todavía no se ha dado y por recomendación de mi abogado no se puede exhibir por ahora la obra de Norman. El Museo de Arte Moderno me propuso una exhibición de la obra de Norman para conmemorar el año de fallecido pero se aplazó, precisamente porque yo todavía no puedo disponer de esas obras. Se han hecho varios actos como muestra de vídeos, charlas y otros, pero no se mostraron su cuadros.

¿Qué intención tiene la artista Tina con estos cuadros que está exhibiendo nuevamente en Barranquilla? Qué deseas que el público capte o piense?
No, simplemente que me conozcan, porque a mi me conoce mi familia, me conocía Norman y nadie más. Y bueno, como todos somos un poco vanidosos, a veces a uno le gusta ver la impresión de la persona frente a la obra. Es divertido eso.

Me disculpas está pregunta: ¿Cómo ha sido la vida de Tina Celis sin Norman Mejía?
Muy difícil, muy difícil porque Norman y yo dependíamos el uno del otro. Nosotros vivíamos las 24 horas del día juntos. Y eso no quiere decir que estuviéramos así, pegaditos, no, pero sabíamos que mientras él estaba pintando en la casa y yo también estaba pintando o cocinando y a mí se me ocurría algo yo salía corriendo y se lo contaba y lo mismo hacía él conmigo, porque Norman era como el cascabelito de esta casa... y cuando el cascabel ya no suena... es muy difícil. Durante este año lo que he hecho es aprender a vivir sin Norman Mejía.

¿Cómo es ahora la rutina diaria en la vida de Tina Celis?
Ahora varía mucho porque tengo que atender varios asuntos. A veces duermo poco y oro mucho. Antes pintaba mucho más, era más disciplinada y me metía fácilmente en ese canal de la pintura que es como una meditación profunda y nada me sacaba de ahí. Te cuento una anécdota: Un día estaba pintando en un jardincito de la casa de Puerto Colombia y estaba tan concentrada profundamente, y de pronto sentí que algo me estaba perturbando y era un toche sobre mi cabeza en la rama de un árbol que me miraba y miraba lo que yo estaba haciendo y formó una algarabía con su canto que me sacó de mi concentración. Esa fue una experiencia maravillosa, divina. Ahora he retomado la pintura que había abandonado casi por completo y me cuesta más trabajo entrar en esa meditación profunda, dejarme llevar es más difícil ahora. Eso es lo que estoy notando, la gran diferencia entre el antes y un después.

Por último Tina, algo que quieras destacar de tu vida...
Lo que más quiero enfatizar es que la persona que soy ahora es gracias a Norman. Él fue muy generoso conmigo al haberme metido en este camino tan hermoso que es la pintura. Y ahora en adelante mi proyecto de vida es dedicarme a promover la obra de Norman y la mía. Es algo que debimos hacer juntos, pero ahora a mi me toca sola y espero estar a la altura de estos compromisos.