domingo, 9 de septiembre de 2012

Catatumbo: Metáfora del despojo


En las instalaciones del Museo de Arte Moderno de Barranquilla se encuentra abierta al público la muestra Catatumbo de la artista colombiana Nohemí Pérez (Tibú, 1962).  Después de hacer el primer recorrido por los distintos espacios, nos llama la atención en este proyecto la rica relación que presenta entre la resolución de sus formas plásticas, la materia y la controversial temática.
La estructura formal es compleja, como muchos de los proyectos artísticos que elaboran hoy los artistas contemporáneos (Jaar, Hacke, Hirschhorn…). Las diferentes piezas que componen la obra (instalaciones, fotografías, dibujos, esculturas) ya no se pueden “leer” de manera individual y autónoma, como ocurría en el pasado cuando se tenía el concepto cerrado y unitario de la obra de arte. Todo ha cambiado, ya no es la exposición de ocho o diez obras independientes, con sus respectivas fichas técnicas, sino la exhibición de un solo proyecto con varias piezas configurantes, aunque ellas estén instaladas en distintos espacios del museo.
De las cuatro toneladas del negro carbón mineral de la pieza principal, surge con claridad la idea central de la obra: la sostenibilidad del sistema financiero mundial con base en la explotación de los recursos fósiles de nuestro consumido planeta y de Colombia, principalmente. Pero, también pone en perspectiva la nefasta relación desventajosa entre los países pobres en gobierno, pero ricos en recursos naturales y el nuevo poder globalizado de las corporaciones transnacionales.
Justo en este momento, en que la opinión pública alerta sobre el contrato leonino y vergonzoso entre el Estado colombiano y la multinacional BHP Billiton que opera Cerro Matoso, la obra de Pérez refuerza su vigencia y contribuye, desde el campo del arte, al debate sobre la depredación de los recursos mineros en Colombia.

Se destaca el contraste formal y conceptual entre la enorme pila de carbón en bruto y las pulidas formas (también de carbón) de los edificios incrustados en la superficie. En arte, la materia en bruto tiene poco valor, realmente, pero la escultura ya terminada adquiere un elevado valor en el mercado. La corporaciones pagan ínfimas regalías por los recursos que se llevan de nuestros países subdesarrollados y reciben pingües ganancias cuando ese mismo material –sin necesidad de “tallarlo”- lo venden en las bolsas de valores. Nuestras riquezas desaparecen frente a nuestros ojos, sin poder hacer nada, como el polvillo de carbón que se desprende paulatinamente de los dibujos que realzan los nombres de los lugares del despojo: La Jagua, Barrancas, Angelópolis, El Descanso, Dibuya, La Loma, Catatumbo y otros, o como lo expresa el curador de la muestra, el maestro José Alejandro Restrepo: “Aquí son dibujos que se desvanecen; aquí son metáforas de la evanescencia; allá, contaminación y desastre a cielo abierto”.
En esos rascacielos del primer mundo, que reconocemos enseguida por sus icónicas formas arquitectónicas, se encuentran las oficinas de donde salen los planes de explotación de los recursos naturales del planeta y de Colombia. Viéndolo bien, esos edificios deberían tener el mismo color de las esculturas de Nohemí: negro, porque fueron construidos con recursos provenientes del negro petróleo, del carbón y de los oscuros contratos de explotación embebidos de la turbia y viscosa corrupción gubernamental.