En el Centro Galego de Arte Contemporáneo –CGAC- de Santiago de Compostela, España, se muestra desde el sábado pasado y hasta el 10 de octubre la curaduría Afro Modern: Viajes a través del Atlántico Negro, que explora -a través de 140 obras de más de 60 artistas- el impacto de las diferentes culturas negras del Atlántico en el arte del siglo XX hasta nuestros días.
La exposición, curada por Tanya Barson y Peter Gorschlüter, se inspira en la trascendental obra de Paul Gilroy, The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness (1993). Este libro tuvo una enorme influencia en la percepción y el análisis de la cultura negra en el campo de los estudios culturales y alentó debates críticos que siguen abiertos. Paul Gilroy acuñó el término Atlántico negro para referirse a la fusión de las culturas negras con otras en todo el Atlántico.
Afro Modern: Viajes a través del Atlántico Negro recoge esa idea del océano Atlántico como continente en negativo, como red de culturas que conectan África, la América del Norte y del Sur, el Caribe y Europa, y perfila rutas reales e imaginarias emprendidas por artistas de todo el Atlántico desde 1909 hasta nuestros días.
Esta es la primera vez que se examina la influencia que sobre el arte han ejercido las diversas culturas negras del Atlántico desde principios del siglo XX hasta nuestros días. Empezando por la huella del arte africano en la expresión modernista de artistas como Picasso, y acabando en la obra de artistas contemporáneos como Ellen Gallagher, Chris Ofili y Kara Walker. La muestra del CGAC pretende reflejar como estos artistas han reivindicado de diversas maneras el lenguaje del modernismo como un arma poderosa para explorar, formular y afirmar su propia identidad.
Como bien lo dice el director del CGAC, Miguel von Hafe Pérez: “Si la diáspora africana, marcada por la violencia del esclavismo, tiene en el barco y en la travesía atlántica sus metáforas primordiales, muchos son los flujos posteriores que evidencian una consciencia y necesidad de inscripción en un espacio y en un tiempo que nunca se dejan limitar por una linealidad dicotómica: la pérdida de raíces es, rizomáticamente, la expresión de una autocreación, la afirmación de una necesidad de singularizar experiencias tan diversas en relación con la conquista de un espacio político, institucional y, evidentemente, cultural”.
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